REYES-NOGUEROL, IRENE
La alcaravea es una planta silvestre de flores pequeñas. Sus semillas tienen distintos usos que podrían replicar los cuentos de este libro: • Medicinal: en infusión, esta especia calma los cólicos infantiles (muchos son los niños que lloran aquí, a pesar de las nanas), pero, además, su uso tópico sirve para limpiar y cicatrizar heridas, sean las de madres derrotadas por la vida, las de un visir enamorado o las de un hermanastro tímido. • Culinario: un sabor, amargo y dulce a la vez, condimenta la mayoría de los relatos. En ellos, hay desolación y hasta horror en ocasiones, pero siempre se asoma la luz de la ternura que salva. • Relajante: su aroma, usado en aceites y lociones, tiene una cualidad tranquilizante que los protagonistas habrían agradecido. Si aún les interesa conocer otras propiedades de Alcaravea, entren en sus páginas y descubran sus beneficios.
Como las semillas de la planta que le da nombre, Alcaravea se dispersa en pequeñas dosis, pero cada relato deja una marca persistente en el lector. Irene Reyes-Noguerol nos ofrece un compendio de cuentos que funcionan como infusión curativa para algunas heridas y como especia amarga para otras, de esas que dejan un regusto inolvidable.
Aquí lloran los niños y los adultos, se cuentan nanas que no siempre consuelan, se cruzan madres desbordadas por la vida y personajes que arrastran cicatrices invisibles. La autora teje historias con una sensibilidad que oscila entre la ternura y el desgarro, entre la calma y la inquietud. Sus palabras parecen acariciar y herir al mismo tiempo, como si la literatura pudiera ser a la vez bálsamo y puñal.
Reyes-Noguerol tiene el don de lo breve: con pocas frases, condensa universos emocionales completos. Cada cuento es una dosis precisa, como si dosificara la intensidad para que el lector no sucumba del todo, pero tampoco salga indemne. Hay un sabor agridulce en su prosa, una mezcla de desolación y esperanza que convierte a Alcaravea en un libro de lectura pausada, de esos que se abren para degustar un relato, cerrar las páginas y dejar que la historia siga resonando.
Si las palabras pueden sanar o perturbar, Alcaravea hace ambas cosas a la vez. Un libro de los que se quedan, como un aroma que persiste en el aire mucho después de haberlo leído.
Como las semillas de la planta que le da nombre, Alcaravea se dispersa en pequeñas dosis, pero cada relato deja una marca persistente en el lector. Irene Reyes-Noguerol nos ofrece un compendio de cuentos que funcionan como infusión curativa para algunas heridas y como especia amarga para otras, de esas que dejan un regusto inolvidable.
Aquí lloran los niños y los adultos, se cuentan nanas que no siempre consuelan, se cruzan madres desbordadas por la vida y personajes que arrastran cicatrices invisibles. La autora teje historias con una sensibilidad que oscila entre la ternura y el desgarro, entre la calma y la inquietud. Sus palabras parecen acariciar y herir al mismo tiempo, como si la literatura pudiera ser a la vez bálsamo y puñal.
Reyes-Noguerol tiene el don de lo breve: con pocas frases, condensa universos emocionales completos. Cada cuento es una dosis precisa, como si dosificara la intensidad para que el lector no sucumba del todo, pero tampoco salga indemne. Hay un sabor agridulce en su prosa, una mezcla de desolación y esperanza que convierte a Alcaravea en un libro de lectura pausada, de esos que se abren para degustar un relato, cerrar las páginas y dejar que la historia siga resonando.
Si las palabras pueden sanar o perturbar, Alcaravea hace ambas cosas a la vez. Un libro de los que se quedan, como un aroma que persiste en el aire mucho después de haberlo leído.