Hay libros que no se leen en calma, sino con un nudo en la garganta. Medea me cantó un corrido es uno de ellos. Desde la primera página sentí que me estaban hablando al oído, sin filtros ni adornos, con un lenguaje que suena a barrio, a rabia y a resistencia.
Lo que más me ha impresionado es cómo Dahlia de la Cerda reinterpreta a Medea. Aquí no es un mito lejano de la tragedia griega, sino una presencia que aparece en medio de las calles de México: una bruja madrina moderna que acompaña a mujeres que enfrentan violencia, abusos o pérdidas. Medea no salva, pero sostiene, escucha y ofrece lo que el sistema les niega. Y eso es tan poderoso como perturbador.
Los relatos son duros, llenos de realidades incómodas: madres buscadoras, jóvenes atrapados por el crimen organizado, relaciones que ahogan. Leerlos es asomarse a un espejo que devuelve las heridas de un país, pero también su fuerza para resistir.
Me encontré sonriendo en medio del dolor gracias al humor negro y la picardía con que la autora escribe. Esa mezcla de corridos, reguetón y referencias populares le da al libro una energía que lo aleja del lamento y lo convierte en un grito colectivo.
No es una lectura ligera, ni pretende serlo. Es un libro que incomoda, que golpea y al mismo tiempo acaricia. Y quizá por eso me ha parecido imprescindible: porque logra que una figura tan lejana como Medea resuene en la cotidianidad y en las luchas de hoy